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lunes, 7 de abril de 2014

No más


El médico nos dice que se debe volver a hacer una intervención que su cuerpo, anciano y cansado, tiene nada de posibilidades de resistir.
Sabíamos que ese momento iba a llegar tarde o temprano. Que había que decidir lo que ella ya había decidido: basta de más intervenciones, drogas, sueros, quirófanos.
Su hija lo dice llorando: - ella no quiere más intervenciones, doctor.
El médico sabe lo que significa y la intenta tranquilizar: -es la mejor decisión, así pueden estar con ella, que no sufra. Tengo que pedirles que me firmen para que vuelva a la habitación donde puedan estar con ella-, él se va.
Su hija se desploma en el sillón de la maldita sala de espera y llora. Yo también.
Es una mezcla de resignación con tranquilidad de saber que se hace lo correcto. La paz que da la certeza.
Marcar el teléfono para decirle a su hijo que firmaremos eso que la deja morir pierde todo el sentido.
Explico con claridad la situación y el silencio se hace del otro lado, una voz ahogada se escucha:
-Lamento que tengas que decirme esto.
Yo también.
Desde esa firma empieza una semana de turnarse para estar en el hospital, de intentar que las cosas vayan bien a pesar de todo.
Empiezan las confusiones de nombres de quien va dejando la vida lentamente. Los desayunos insulsos de hospital que a ella le parecen tan ricos. Por fin puede comer lo que quiera, no hace falta que se cuide y puede tomar el te con azúcar.
Ella se despierta de a ratos porque su cuerpo tiene tan poca fuerza que se va cayendo y hay que ayudarla.
Los perdones no alcanzan.
Las lágrimas no sirven.

Ella se va, se lleva un pedacito de cada unx, algunos apodos que nadie va a volver a darnos, un poco de nuestra vergüenza y fortaleza, el gusto del mate con cedrón y azúcar quemada con carbón.

jueves, 18 de abril de 2013

Los gusanos y eso de morirse

La Chiquita, mi abuela, odiaba los gusanos.
Siempre me contaban historias de la valentía de mi abuela que tentaba a las víboras allá en Formosa, que salía con machete cuando escuchaba ruidos y otras hazañas. Otras historias eran de la pobreza, de la falta de comida, del no poder ir a la escuela, de lavar la ropa ajena por años. Tenía fobia a los gusanos.
A la Chiquita le decían así quizás por su contextura menudita. Me acuerdo de su casa en Formosa con un árbol de pomelo. Además amaba sus plantas y las flores.
Ella era difícil muchas veces, siempre me retaba porque la visitaba poco. Y siempre se quejaba de todos. Hacía unos mates dulces que eran una delicia: el agua endulzada con azúcar quemada con carbón y algunos yuyos de cedrón.
La Chiquita se hacía grande por cómo luchaba contra las enfermedades que las tuvo muchas, y operaciones ni que hablar. Tomaba tantas pastillas por día que yo le decía que era su cóctel (creo que no lo entendía). Cuando iba al hospital sus amigas decían que se iba de shopping. Le gustaba o ya se había acostumbrado.
A los peores momentos les ponía su mejor cara. Una mañana ya en su última internación desayunó sus galletitas y me dijo: "enfermo que come no se muere". Se lo tomaba con humor. Y no dejaba de decir cuán rica era la comida.
La Chiquita siempre dijo que no le tenía miedo a la muerte, era muy creyente y si dios mandaba eso así tenía que ser, pero que la cremaran porque no quería que se la comieran los gusanos.

Mi querida Chiquita ya estás descansando en paz. Chichina.