miércoles, 13 de febrero de 2019

Inés

La miraba atenta, intentaba entender cada uno de sus gestos y comentarios: siempre directos pero dulces.
Cuando algo no le parecía bien, lo decía. Con argumentos defendía siempre sus opiniones.
Hacía uno o dos años que había empezado a militar en APDH y ella me propuso que trabajara en su casa, contestando correos que los recibía de a cientos por día. Así fui conociendo a cada unx de lxs compañerxs que se iban integrando a una organización que se federalizaba de la mano de cada uno de los llamados telefónicos que ella hacía, de los viajes y de los correos que ella me dictaba.
Se tomaba el tiempo para cada unx. Si alguien escribía un correo general, ella contestaba con argumentos, opiniones, y delicadeza cuando tocaba decir algo crítico.
Dos cosas muy personales me enseñó Inés, que el amor no tiene edad y que los "saludos cordiales" o "atentos" no son de compañerxs sino los "cariños" y "abrazos".
Algo de ser compañerxs comparte esa "ñ" del cariño, que hay que mantener vivo, o de esa "r" del amor que hay entre quienes nos acompañamos en la lucha, con nuestras cosas buenas y malas. Nuestros errores y aciertos.
Aprendí con Inés que lo cordial no quita lo valiente.
Una lectora detallista, gran escritora de informes internos que construyen la historia de la APDH, nunca escatimó reconocimientos a lxs demás, esos que ella tanto se merece. 
No hacía alarde de sus títulos, ni de su basta experiencia, ni de su compromiso. Hablaba de cuestiones académicas con una estudiante recién iniciada con la misma seriedad y profundidad con que lo hacía con lxs más destacadxs académicxs. Su lectura marxista de la realidad estaba en todo. Era coherente.
Te extrañaremos querida Inés.

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